Nudo Ciego
Un nudo ciego es presente, es estático y en apariencia carente de movimiento. Pero habitar un nudo ciego es todo lo contrario. Al habitar el nudo hay acción, pulso, vitalidad. Una vida que necesita deshacerse para volver a hacerse. Un nudo ciego habitado es proceso, es evolución, no anquilosamiento.
Un nudo es también torsión, torcedura, un cambio imperativo de dirección. Sentir que habitamos un nudo es devolvernos a la memoria de nuestros huesos, aquella que nos recuerda que los hilos que forman la cuerda son líneas de orientación en el laberinto de nuestra psique y conducen luz, sonido, emoción y memoria. Cuando estas líneas se hacen nudo estamos habitando un punto de torsión que deviene potencia extraordinaria, si se habita.
En la propuesta de Eli el dolor es nudo y mientras se está allí se siente ciego. Esa sensación, en un ojo acostumbrado a verlo todo, es un diagnóstico que el alma del vidente comprometido rechaza. Por eso es necesario que haya un testigo que diga “esto es real”.
En sus imágenes el dolor adquiere materia, somos testigos de los colores, las formas y las atmósferas que este deja en su paso por el cuerpo. El impulso de apretar el disparador es el gesto que habita la potencia extraordinaria del nudo, y en el ojo de quien observa, la incomodidad comienza a dar sus frutos: el nudo salta de un alma a otra para que el proceso continúe.
En un mundo que teme a la vulnerabilidad, que busca siempre la sonrisa, la fortaleza y lo inquebrantable, las imágenes del dolor nos devuelven a lo que nos hace humanos, a nuestra fragilidad. La necesidad de recordar -de volver a pasar por el corazón-, es acudir a una cita con nuestra memoria y la memoria del dolor. Y aun así, las imágenes de estas memorias no son claras, son más bien borrosas.
¿Cómo dar imagen a lo que se desvanece? ¿A lo que se hace borroso?
La propuesta de Eli Garmendia es dejarnos ver la fragilidad encarnada en su rostro, para que nosotros, al posar nuestra mirada en él, demos de nuevo espacio a esta fragilidad en nuestros cuerpos, así su presencia semeje a la de la huella, a la de la cicatriz, testigos también de que lo sentido fue real.
Texto: Doris Castellanos